El 1 de agosto del 2021 fue un día histórico para el deporte ecuatoriano. Día en el que Neisi Dajomes se colgó la presea dorada en el cuello en la prueba de Halterofilia femenina de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (Evento aplazado un año a causa del Covid-19).
Si bien Jefferson Pérez fue el primer ecuatoriano en ganar una medalla de oro olímpica en 1996 y Richard Carapaz lo había conseguido unos días antes que Dajomes en los mismos Juegos Olímpicos de Tokio 2020, Neisi Dajomes se convirtió en la primera mujer ecuatoriana en hacerse con este premio.
La levantadora de pesas, de en ese entonces 23 años, logró con un total de 263 kg, 118 en arranque y 145 en envión. Estos pesos le fueron suficientes para lanzar la pesa, arrodillarse en el piso, mirar hacia el cielo, y con un grito de desahogo, saber que su nombre estaría inscrito en la historia del deporte ecuatoriano.
Al subirse al podio, mostró una emotiva dedicatoria escrita en su mano a su mamá y a su hermano, que fallecieron en 2019 y 2018, respectivamente. Escena que quedará para la posteridad, Dajomes con su característico cintillo, los ojos húmedos, parada en lo alto del podio, con un ramo de flores en su mano derecha y su mano izquierda con la palma por delante y una inscripción en la que se leía “Mamá y Hermano”.
“Pasé momentos duros, perdí a mi madre (Sandra) y hace poco a mi hermano Javier Palacios, por quien estoy aquí, y todos mis logros son dedicados a su memoria”, declaró en una entrevista posterior a la prueba.
La joven deportista fue oro en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 con 255 kg, y quedó tercera del mundo en Turkemistán 2018. Por lo que su triunfo olímpico no fue sorpresa dado que ya venía vaticinando que estaba para grandes proezas.
Un día después, el 2 de agosto, Tamara Salazar se sumaría a la lista de medallistas olímpicos ecuatorianos al terminar segunda también la disciplina de halterofilia después de lograr levantar 113 kilogramos en el arranque y 250 kg en el envión para un total de 263 kilogramos.
Esta fue la mejor presentación de una delegación ecuatoriana en la historia de los Juegos Olímpicos y sin duda, el impulso que necesitaban los jóvenes deportistas tricolores para creer que no es imposible llegar a lo más alto del deporte mundial.